Esos seres extraños
.En cada barrio hay por lo menos un loco, el del nuestro se llamaba Sebastián
De está manera comienza Rubén Blades la canción Sebastián que cuenta una especial historia de amor entre el personaje y su novia imaginaria.
A partir de esta sentencia y sumando la condición de bicho raro que nos ganamos desde hace rato muchos de quienes andamos en esta ruta de los blogs y sus alrededores, por estos días de la era de Acuario traigo entre mis recuerdos un par de desconectados que ya no están pero que sobreviven en muchas generaciones de quienes crecimos entre los ventarrones de la ciudad de Coro.
Radio Pantano era una figura bonachona, tranquila y singular que al recorrer las calles de mi barrio con su carretilla de madera y sus múltiples cachivaches, ejecutaba con el mayor afán una narración del estado del tiempo, del noticiero, de juegos de béisbol, del comercial de jabón, de políticos de otra época, de maestros de escuela, del llanero solitario, de ánimas y aparecidos, de limpiabotas famosos, de carreras de caballos, de regreso de pescadores, de policías y patrullas, de tamarindos y trinitarias, de hojas secas, de adobes y bahareques, de carnavales, de peleas de boxeo, de fallecidos y de cualquier tema que producía su fecunda imaginación y que dócilmente podía ofrecer a cambio de una taza de café, de un helado casero, de un refresco, de un pedazo de pan, de unas pocas monedas y a veces hasta de gratis para el deleite de quienes celebraban sus ocurrencias y sus ademanes.
Cheché La Burra en cambio era un gruñón que habitaba en una plaza, que casi siempre llevaba unas botas militares desgastadas y rotas, con una gran barba descuidada y sucia, de baja estatura y de voz muy ronca, bronceado a punta del sol coriano y empeñado en liberar la Plaza Sucre de la invasión de pájaros oscuros y muchachos molestos. Recuerdo que la plaza quedaba en el camino necesario entre el liceo y mi casa, por lo cual cada vez que pasaba por ahí me detenía a ver como el Cheché perseguía con una escoba o un palo a los liceístas de camisas azules que lo fastidiaban y entre sus travesuras y el andar apurado del barbudo nos ofrecían ratos de sonrisas para aliviar el calor que aún nos quedaba en el recorrido.
Uno pasa la vida encontrando cada loco en el camino, pero siempre hay algunos que recuerda más que otros, y al recordarlos le otorgamos una mayor permanencia, un lugar en la historia, a esos seres cuyas vidas mantuvieron reñidas con una realidad que no aún no logramos despegarle la etiqueta de relativa.
De está manera comienza Rubén Blades la canción Sebastián que cuenta una especial historia de amor entre el personaje y su novia imaginaria.
A partir de esta sentencia y sumando la condición de bicho raro que nos ganamos desde hace rato muchos de quienes andamos en esta ruta de los blogs y sus alrededores, por estos días de la era de Acuario traigo entre mis recuerdos un par de desconectados que ya no están pero que sobreviven en muchas generaciones de quienes crecimos entre los ventarrones de la ciudad de Coro.
Radio Pantano era una figura bonachona, tranquila y singular que al recorrer las calles de mi barrio con su carretilla de madera y sus múltiples cachivaches, ejecutaba con el mayor afán una narración del estado del tiempo, del noticiero, de juegos de béisbol, del comercial de jabón, de políticos de otra época, de maestros de escuela, del llanero solitario, de ánimas y aparecidos, de limpiabotas famosos, de carreras de caballos, de regreso de pescadores, de policías y patrullas, de tamarindos y trinitarias, de hojas secas, de adobes y bahareques, de carnavales, de peleas de boxeo, de fallecidos y de cualquier tema que producía su fecunda imaginación y que dócilmente podía ofrecer a cambio de una taza de café, de un helado casero, de un refresco, de un pedazo de pan, de unas pocas monedas y a veces hasta de gratis para el deleite de quienes celebraban sus ocurrencias y sus ademanes.
Cheché La Burra en cambio era un gruñón que habitaba en una plaza, que casi siempre llevaba unas botas militares desgastadas y rotas, con una gran barba descuidada y sucia, de baja estatura y de voz muy ronca, bronceado a punta del sol coriano y empeñado en liberar la Plaza Sucre de la invasión de pájaros oscuros y muchachos molestos. Recuerdo que la plaza quedaba en el camino necesario entre el liceo y mi casa, por lo cual cada vez que pasaba por ahí me detenía a ver como el Cheché perseguía con una escoba o un palo a los liceístas de camisas azules que lo fastidiaban y entre sus travesuras y el andar apurado del barbudo nos ofrecían ratos de sonrisas para aliviar el calor que aún nos quedaba en el recorrido.
Uno pasa la vida encontrando cada loco en el camino, pero siempre hay algunos que recuerda más que otros, y al recordarlos le otorgamos una mayor permanencia, un lugar en la historia, a esos seres cuyas vidas mantuvieron reñidas con una realidad que no aún no logramos despegarle la etiqueta de relativa.
14 comentarios
Mr. D -
Arnoldo -
Todo barrio merece un loquito, y si hay varios, pues que se de con un canto en los dientes.
Sikanda -
Qué querés que te diga, yo prefiero estar loca, tanto o más que el tango de Piazzolla :)
Besos
JACO -
PD. muy calidad el blog, un saludo para el pana de Gmail!
PD.
Ana -
Saludosssssss.
corsaria -
Buen blog, un placer leerte.
mr.BSO -
¿o qué?
salu2
decidida -
Naty -
Rut -
He llegado a tu blog por pura casualidad.
Cuando quieras pásate a tomar un Cafelito en mi blog.
Saludoss
Rochi -
Gracias por visitarme :-)
Tina -
Ricardo -
Salud
Topocho -